SANDA vol. 6 y 7, publicados recientemente por la Editorial Ivrea, confirman que la obra de Paru Itagaki sigue siendo una de las propuestas más incómodas, provocadoras y singulares del manga actual. Lejos de acomodarse en su premisa inicial, la serie avanza hacia territorios cada vez más oscuros, donde la violencia, la identidad y la relación enfermiza entre adultos y niños se convierten en el verdadero motor del relato. Estos dos volúmenes funcionan como un arco de transición clave, ampliando el conflicto y redefiniendo el papel de Santa Claus dentro de un mundo que parece decidido a eliminarlo.
Desde su planteamiento inicial, SANDA ha jugado a subvertir el imaginario navideño para convertirlo en una alegoría inquietante sobre una sociedad que ha perdido a sus niños, literal y simbólicamente. En estos tomos 6 y 7, esa idea se vuelve más explícita que nunca. La figura de Santa ya no es solo un protector mitológico, sino un objetivo a eliminar, una anomalía que amenaza el orden impuesto por los adultos. El combate contra Ooshibu y la aparición de estas fuerzas antagonistas, como las Capas Rojas, refuerzan la sensación de que el mundo de SANDA se encamina hacia un enfrentamiento ideológico más que físico.El desarrollo de la trama en estos volúmenes se centra en un momento crítico para Sanda, quien ya es plenamente consciente de su condición como Santa Claus, pero sigue atrapado en el cuerpo y la mente de un adolescente. El combate inicial marca el tono: acción intensa, uso creativo de los poderes asociados al mito navideño y una tensión constante que no se resuelve de forma sencilla. La caída de Santa tras bajar la guardia y la misteriosa voz que le insta a llamar a su reno abren nuevas incógnitas sobre el origen de sus poderes y la existencia de descendientes ligados a ese legado. Al mismo tiempo, el arco de Ono, que alcanza una madurez forzada en una sola noche y sufre un doloroso crecimiento físico y emocional, refuerza uno de los temas centrales de la serie: crecer duele, y hacerlo de forma artificial puede ser devastador.
Uno de los grandes aciertos de SANDA vol. 6 y 7 es cómo Paru Itagaki entrelaza los conflictos personales con el avance de la trama principal. Fuyumura continúa atrapada entre el miedo, la pérdida y la confusión que le provocan los cambios a su alrededor, mientras los adultos que la rodean se muestran cada vez más perturbadores en su obsesión por la juventud. El director del centro encarna esa adicción enfermiza a la infancia eterna, utilizando a niños y adultos como piezas intercambiables para preservar un ideal que ya no existe. Frente a él, personajes como Yagiuda aportan una visión más ambigua, demostrando lo fácil que resulta cambiar de bando cuando las convicciones no están bien asentadas.
La incorporación de Misuzu Hyodo como antagonista es otro de los elementos más potentes de estos tomos. Su odio visceral hacia los niños, a los que considera incompletos y carentes de propósito, introduce un discurso inquietante que conecta directamente con el trasfondo social de SANDA.Su obsesión con Santa Claus, cargada de un componente sexual deliberadamente incómodo, no busca provocar de forma gratuita, sino reforzar la idea de que este mundo adulto está profundamente corrompido. Las escenas entre ambos son difíciles de leer, pero también imposibles de ignorar, y consolidan a Hyodo como una de las figuras más perturbadoras de la obra.
A nivel temático, estos volúmenes profundizan en cuestiones como la pubertad, la identidad, la instrumentalización de los niños y el miedo al paso del tiempo. SANDA no pretende ofrecer respuestas claras ni tranquilizadoras.
Al contrario, expone sus ideas con crudeza, obligando al lector a enfrentarse a situaciones moralmente ambiguas y, en ocasiones, directamente desagradables. Esa incomodidad es parte esencial de su propuesta y define su personalidad frente a otros shōnen más convencionales.
El apartado artístico vuelve a ser uno de los grandes puntos fuertes de la serie. El trazo de Paru Itagaki es expresivo, visceral y extremadamente efectivo a la hora de transmitir emociones extremas. Los diseños de personajes siguen siendo únicos, con rostros que reflejan miedo, deseo, rabia o confusión con una intensidad poco habitual. La puesta en escena de la acción es caótica cuando debe serlo, pero siempre legible, y los momentos de horror psicológico destacan gracias a un uso muy consciente del espacio y del silencio.
En conjunto, SANDA vol. 6 y 7 son tomos exigentes, que no buscan agradar a todo el mundo. Están especialmente recomendados para lectores que valoren obras arriesgadas, dispuestas a incomodar y a cuestionar conceptos aparentemente intocables. Paru Itagaki continúa empujando los límites de su propio universo, y aunque no todos sus giros resulten cómodos, sí son coherentes con una serie que nunca ha pretendido serlo. Para quienes ya estén dentro de este mundo extraño y fascinante, estos volúmenes son una lectura imprescindible y una clara invitación a seguir adelante, aunque el camino sea cada vez más oscuro.