Rooster Fighter nos sitúa en un trasfondo en el que la humanidad es amenazado por unos monstruos gigantescos conocidos como Kijuu. Frente esta amenaza, la única defensa es un gallo invencible responde al nombre de Keiji, que busca vengarse de estos monstruos por el asesinato de su querida hermana.
El viaje de Keiji le lleva de batalla en batalla, y así termina conociendo a otras aves que se unirán en su cruzada, como la pequeña polluela enamorada Piyoko, la despechada e inteligente gallina Elizabeth, y más recientemente Keisuke, el medio hermano de Kenji y heredero como él de un linaje de poderosos guerreros con cresta conocidos como los Gallos de Cinco Colores.
Rooster Fighter vol. 8 – La oscuridad despierta en el corazón de los héroes
El octavo volumen de Rooster Fighter, publicado por Ivrea, marca un punto de inflexión crucial en la saga creada por Shū Sakuratani. Si los tomos anteriores ya habían sorprendido por su mezcla explosiva de acción, humor y drama épico protagonizado por gallos luchando contra demonios colosales, este nuevo capítulo lleva la historia a su territorio más emocional y oscuro. La serie, que comenzó como una parodia desenfadada del shōnen de acción, se ha convertido con el tiempo en una epopeya de redención, sacrificio y fuerza interior que, con cada entrega, refuerza su identidad única dentro del manga contemporáneo.
Tras los devastadores sucesos del volumen anterior —el sacrificio de Morio, el despertar sombrío de Keiji y la revelación del poder oculto en Piyoko—, este nuevo tomo reordena el tablero con una triple narrativa: el viaje de Keiji y su hermano Kensuke hacia el bosque de los suicidios del Monte Fuji, la búsqueda desesperada de Morio por encontrar a Piyoko, y el tormento interior de la pequeña pollita al descubrir el demonio que duerme dentro de ella.
Piyoko y el peso de la culpa
Desde sus primeras páginas, Rooster Fighter vol. 8 se centra en el despertar de Piyoko, quien, tras la batalla contra el Kijin blanco, sucumbe a la influencia del misterioso poder que anida en su interior. Lo que comienza como un arrebato incontrolable pronto se convierte en una pesadilla: Piyoko, poseída, ataca a sus propios amigos con una fuerza descomunal, revelando en su pecho el mismo símbolo que marcaba al monstruo blanco.
La secuencia de esta posesión es uno de los momentos visualmente más impresionantes de la serie hasta la fecha. Sakuratani combina su habitual dinamismo con un trazo más expresivo y visceral, jugando con sombras y trazos violentos para transmitir la dualidad entre la inocencia de Piyoko y la monstruosidad que la domina. Cuando finalmente recupera la consciencia y contempla los estragos que ha causado, la pollita toma una decisión que define el tono del volumen: huir para no volver a hacer daño a quienes ama.
Este arco narrativo, que podría parecer simple en apariencia, resuena con fuerza emocional. Piyoko se enfrenta al dilema más humano de todos: el miedo a herir a los demás por lo que uno es. Su viaje no es solo físico, sino profundamente simbólico, representando la lucha contra la propia naturaleza y la búsqueda de redención. La pequeña guerrera abandona así el tono cómico que había definido su presencia en tomos anteriores para asumir un rol trágico y heroico, uno que refleja la madurez creciente del relato.
Keiji, Kensuke y el viaje al corazón de la muerte
Mientras tanto, Keiji y su hermano Kensuke emprenden una nueva travesía junto a la enigmática Elizabeth. Su destino es el bosque de los suicidios del Monte Fuji, un lugar envuelto en oscuridad y superstición donde esperan encontrar al legendario Maestro de la Matama, la única figura capaz de salvar a su padre moribundo. Este escenario, cargado de connotaciones míticas, sirve a Sakuratani para combinar el simbolismo del folclore japonés con la épica espiritual del shōnen.
El viaje al Monte Fuji no es solo una misión de rescate, sino también una metáfora del descenso al infierno personal de cada personaje. Keiji, que aún carga con el peso del poder tabú que despertó en su interior, se ve obligado a confrontar el miedo a convertirse en aquello que combate. Kensuke, por su parte, debe asumir la responsabilidad de mantener la esperanza cuando todo parece perdido. Y Elizabeth, cuya naturaleza ambigua sigue siendo un misterio, actúa como guía y testigo del destino que se cierne sobre los hermanos.
El autor aprovecha este arco para introducir una atmósfera mucho más oscura y espiritual. Los paisajes del Monte Fuji están envueltos en una bruma inquietante, con árboles retorcidos y ecos de las almas perdidas que susurran entre las páginas. A través de estos elementos, Sakuratani convierte un simple entorno en un espacio casi onírico, donde los límites entre la vida, la muerte y lo sobrenatural se difuminan.
Morio y la redención imposible
Paralelamente, Morio, superviviente de la batalla anterior, inicia su propia búsqueda: encontrar a Piyoko antes de que el poder que la consume la destruya por completo. Este hilo narrativo sirve como contrapeso emocional al tono sombrío del resto del volumen. Morio, que había vivido siempre a la sombra de los héroes más poderosos, asume un papel inesperadamente maduro. Su determinación por salvar a la pollita no nace del deber ni del heroísmo, sino de la empatía, lo que dota a la historia de un matiz profundamente humano.
En su viaje conjunto, Morio y Piyoko protagonizan algunos de los momentos más sensibles del manga hasta ahora. A través de pequeñas escenas —un descanso junto a un río, un intercambio de recuerdos, una conversación bajo la lluvia—, el autor nos recuerda que Rooster Fighter no es solo una historia de batallas espectaculares, sino también una reflexión sobre la conexión y la compasión en medio del caos.
Un cambio de tono y ambición narrativa
Lo que hace grande a este volumen es la manera en que Sakuratani combina épica, comedia y tragedia sin perder el pulso narrativo. Aunque las peleas siguen siendo brutales y cargadas de energía —cada golpe, cada despliegue de aura y cada estallido de poder mantienen la espectacularidad que ha hecho célebre a la serie—, el foco emocional se desplaza hacia la introspección.
Keiji, que en los primeros tomos era un símbolo de determinación pura, se muestra ahora vulnerable. Piyoko deja de ser un personaje cómico para convertirse en el epicentro de un conflicto moral. Y el propio mundo de los gallos guerreros empieza a adquirir un trasfondo más complejo, donde los límites entre el bien y el mal se desdibujan.
La inclusión del bosque de los suicidios del Monte Fuji, un escenario cargado de simbolismo espiritual, amplía la mitología de la serie. Por primera vez, Rooster Fighter parece mirar más allá del enfrentamiento físico entre gallos y demonios para explorar la naturaleza del alma, el sacrificio y la redención.
El arte de Sakuratani: belleza en la ferocidad
Visualmente, Sakuratani sigue alcanzando cotas impresionantes. El trazo firme, la composición cinematográfica de las viñetas y el detalle con que representa las expresiones convierten cada página en un espectáculo. La manera en que el autor combina el dinamismo del manga de acción con la estética de una fábula oscura demuestra una madurez artística que crece tomo a tomo.
Las batallas son, como siempre, desbordantes y exageradas, pero ahora se perciben con una carga emocional más intensa. Las escenas en que Piyoko pierde el control o en que Keiji contempla a su padre moribundo tienen una fuerza dramática que recuerda al mejor shōnen clásico, pero con una sensibilidad visual moderna.
Conclusión: el renacer en medio del caos
Rooster Fighter vol. 8 es, en muchos sentidos, el tomo más emocional y sombrío de la saga. Sakuratani consigue que su historia, protagonizada por gallos antropomorfos, se sienta más humana que nunca. El conflicto interior de Piyoko, el viaje desesperado de Keiji y la lealtad silenciosa de Morio construyen un relato sobre la pérdida, la culpa y la esperanza que trasciende la simple parodia y se convierte en una aventura épica con alma.
Con esta entrega, Rooster Fighter se consolida como una de las series más singulares y ambiciosas del catálogo de Ivrea, una obra que equilibra la locura visual con una profundidad emocional inesperada. El camino hacia el Monte Fuji promete respuestas… y sacrificios. Y aunque la guerra contra los Kijin continúa, el verdadero enemigo parece estar dentro de los propios héroes.


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