Después del buen sabor de boca de El lirio blanco, Fabcaro y Didier Conrad regresan con Astérix en Lusitania, el álbum 41 de la serie que Salvat publica en España. Esta vez el pequeño galo, Obélix e Ideafix cruzan la Hispania vecina rumbo a la vieja Lusitania —la actual Portugal—, un destino largamente pedido por los lectores. Se trata además del viaje número veinticinco del dúo, y se nota: el engranaje del “álbum de ruta” funciona con esa mezcla de postal turística, sátira cultural y mamporros reglamentarios que fijaron Goscinny y Uderzo, pero con un pulso visual luminoso y un humor más pegado a la sensibilidad de 2025.
Un pretexto sencillo, un mapa rico en guiños
La excusa narrativa entra por la puerta grande de la tradición: un pedido de ayuda que lleva a los galos a Olissipo (Lisboa) y a una costa atlántica de aldeas pesqueras, garum malinterpretado y romanos con muchas ganas de fastidiar. Fabcaro arma un caso de equívocos y ambición que evita la poción como atajo y favorece la deducción, el enredo y el paisaje. A partir de ahí, Lusitania se convierte en escenario y personaje: calçadas dibujadas piedra a piedra, azulejos, barrios en pendiente, tabernas con bacalao en mil variantes y un hilo melódico de fado que lo empapa todo con saudade. El guionista juega con la identidad sin caer en el chiste grueso: la risa nace del guiño cultural, no del estereotipo por sí mismo.
Obélix, protagonista emocional del viaje
Si en los viajes clásicos el choque cultural solía recaer en los anfitriones, aquí Obélix asume parte del foco. Su perplejidad ante el empedrado “perfecto para menhires” o su flechazo con el queso, el bacalao y el pastel de nata articulan varios de los mejores gags. Astérix se mueve como brújula, observando y tirando del hilo con sorna. Y Ideafix hace de metrónomo: cada aparición es un golpe de ritmo en viñetas muy coreografiadas. El resultado es un álbum más coral en sensaciones, que saca partido de los silencios contemplativos tanto como del gag de media página.
Nuevos rostros, viejos enemigos
La galería invitada funciona. Malasartes aporta el punto de villano intrigante, con planes que tensan sin oscurecer el tono familiar. Y el centurión Nuevaopus —con un aire cómico que recuerda a Ricky Gervais— le pone voz al sarcasmo romano, siempre tan ufano como inútil frente a dos invencibles con hambre. Entre secundarios locales, brilla la hospitalidad lusa: cocineros que humanizan la cárcel de Olissipo, comerciantes de lengua rápida y una restauradora que convierte cada parada en una degustación con chispa. La sombra histórica de Viriato, evocada con cariño, añade textura sin convertirse en lección de aula: un eco de resistencia que dialoga con el ADN galo.
Humor, sátira y una crítica más suave
Quien busque el colmillo sociopolítico de Goscinny encontrará aquí una sátira más amable. Fabcaro roza el turbocapitalismo local (especulación, mercadeo, oportunistas), se burla de las modas “auténticas” para turistas y desliza pullas sobre lealtades fluctuantes. No muerde tan fuerte como en su debut, pero compensa con tempo de gag afinado: múltiples microchistes incrustados en expresiones, carteles, rimas del fado y réplicas que funcionan a primera lectura y mejoran al releer.
Conrad y Mébarki: un Portugal soleado que pide formato grande
El trazo de Didier Conrad, sólido y cada vez más suelto dentro del molde uderziano, desborda mimo por el detalle. La Lisboa romana respira luz, colinas y marea; hay encuadres panorámicos que piden pared y páginas donde el gesto lo es todo. El color de Thierry Mébarki firma un álbum luminoso y cálido, de verdes y azules atlánticos que contrastan con el ocre romano. Mención especial a la calçada: la obsesión por las baldosas crea texturas que dan volumen al gag y convierten el suelo en partitura visual. Es uno de esos títulos que agradecerían una edición “de luxe” por tamaño; aún así, en el estándar Salvat luce con alegría.
¿Reinventa la rueda? No. La hace rodar con gracia
El álbum no pretende dinamitar la fórmula: la respeta y la reactiva. Hay banquete final, bardo silenciado, mamporros comprimidos en viñetas musicales y esa sensación de “vacaciones con galos” que pedía Fabcaro. El mérito es hacerlo sin parecer un autoplagio: la documentación se integra en la comedia, los cameos no invaden la lectura y el ritmo evita los baches del “catálogo de tópicos”. Es, sin duda, de lo más redondo de la era Conrad/Fabcaro.
Para quién es
Para quien añora los álbumes de viaje con mapa y carcajada; para lectores que disfrutan cazando referencias culturales; para familias que quieren un Astérix clásico en espíritu y moderno en sensibilidad. Y, por supuesto, para quienes llevan años esperando ver a los irredutíveis perderse por Lusitania… con bacalao en la mesa y fado de fondo.
Conclusión
Astérix en Lusitania es una aventura luminosa, de humor afinado y cariño por la cultura portuguesa. No busca el golpe de efecto; prefiere el guiño inteligente, el detalle gráfico y la musicalidad del gag. Salvat trae a librerías un viaje que sabe a verano atlántico y confirma que aún queda poción mágica para seguir rodando la rueda… con una sonrisa contagiosa.
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