Sakamoto Days vol. 20 – El peso del pasado y la reconstrucción del asesino
El vigésimo volumen de Sakamoto Days, publicado por Ivrea, marca una nueva etapa en la serie de Yuto Suzuki, una en la que el caos del arco del museo da paso a una calma tensa llena de consecuencias, introspección y reencuentros inesperados. Tras el apoteósico enfrentamiento contra Takamura y el nacimiento de la aterradora fusión Takamura-Uzuki, el manga entra en una fase de transición que, lejos de bajar el ritmo, se sumerge en los dilemas morales y emocionales que definen al protagonista. El resultado es un tomo que combina con precisión el drama más humano con la acción explosiva y el humor absurdo que hacen de Sakamoto Days una obra irrepetible.
Sakamoto frente al abismo
El volumen se abre con un Sakamoto profundamente reflexivo, consciente de que su vida —y la de su familia— pende de un hilo. Tras el atentado en la Exhibición de Asesinos del Siglo, tanto él como Nagumo y Uzuki han sido declarados conspiradores por la Asociación Japonesa de Asesinos (AJA). La situación es insostenible: o Sakamoto elimina a Kei Uzuki para probar su inocencia, o destruye por completo a la AJA. En ambos caminos lo espera la muerte.
Esta disyuntiva sirve de ancla para el tono del volumen: el héroe debe enfrentarse no solo a sus enemigos, sino a su propio destino. Suzuki aprovecha este momento para explorar la dualidad de Taro Sakamoto, el hombre que dejó atrás la violencia para ser un buen padre, pero que sigue siendo, en esencia, un asesino legendario. La secuencia en la que reflexiona mientras camina por la ciudad —eliminando asesinos sin siquiera interrumpir su paso— resume a la perfección el espíritu del personaje: un monstruo amable atrapado en un mundo que no perdona la bondad.
El hogar como trinchera
Uno de los mayores aciertos del tomo es cómo reintroduce a Aoi, la esposa de Sakamoto, en el centro de la trama. En una escena de brillante naturalidad, ambos afrontan una amenaza tan peligrosa como cualquier organización criminal: la crisis económica. Aoi le confiesa a Sakamoto que la tienda familiar podría cerrar debido a la falta de clientes, el auge de las cadenas de conveniencia y los continuos ataques de asesinos que espantan al vecindario.
Esta conversación, aparentemente doméstica, se convierte en el corazón emocional del tomo. El diálogo entre ambos recuerda al lector que la tienda no es solo un negocio: es el símbolo de la nueva vida que construyeron juntos, el refugio que le permitió a Sakamoto encontrar su lugar en el mundo. El breve flashback en el que vemos a la pareja transformando un edificio en ruinas en su primer local está cargado de ternura y esperanza, una pausa luminosa en medio del frenesí.
Pero el manga nunca se queda demasiado tiempo en la calma. De ese momento de intimidad surge una de las ideas más locas —y geniales— de Sakamoto: si la AJA tiene decenas de sucursales por todo Japón, ¿por qué no convertir Sakamoto Store en una franquicia nacional… tomando el control de la propia AJA? La propuesta, delirante y visionaria a partes iguales, sintetiza la esencia del manga: acción desbordante, comedia absurda y un trasfondo de crítica al poder y a la burocracia del mundo asesino.
El infierno de Uzuki y Rion: el pasado que no muere
Mientras Sakamoto busca rehacer su vida, el otro gran eje del tomo profundiza en el pasado de Uzuki, Rion y el siniestro orfanato Al-Kamar. Suzuki desarrolla aquí un extenso flashback que se siente como una historia dentro de la historia, un relato trágico que redefine la mitología del manga.
A través de los recuerdos de Rion-Uzuki, conocemos los orígenes del conflicto: un grupo de huérfanos entrenados por la AJA como armas humanas, dirigidos por el despiadado Asaki. Entre ellos, Uzuki creció junto a Gaku y Haruma, viendo cómo la infancia era sustituida por órdenes de asesinato. La llegada de Rion a su vida supuso el primer rayo de humanidad, una asesina que creyó en su bondad incluso cuando él ya no lo hacía.
El desarrollo de su relación es uno de los pasajes más emotivos de la serie. Suzuki alterna ternura y tragedia con una sensibilidad inusual en el shōnen moderno. Vemos a Rion y Uzuki viviendo escondidos, compartiendo cenas improvisadas y conversaciones sobre un futuro imposible. Cuando Rion se ve obligada a volver a matar para sobrevivir, Uzuki la enfrenta, rogándole que deje de mancharse las manos. Pero el destino no ofrece salidas: manipulados por Asaki, ambos acaban en bandos opuestos de un mismo asesinato. La escena en la que Uzuki, sin saberlo, apuñala mortalmente a Rion es devastadora.
Esa muerte, que ya había sido sugerida en volúmenes anteriores, adquiere aquí todo su peso. Rion muere protegiendo a Uzuki, afirmando que “quiere que las personas buenas sigan siendo buenas”. Ese deseo, imposible en un mundo de asesinos, define a ambos personajes y explica la locura posterior de Uzuki. Cuando regresa a Al-Kamar y masacra a sus antiguos captores, el lector comprende que ya no hay redención posible.
El regreso de Kindaka: el maestro que faltaba
Mientras tanto, el presente avanza con un giro inesperado: Kindaka, mentor del antiguo grupo de Sakamoto, despierta del coma en el que llevaba ocho años. La secuencia, que mezcla ironía y emoción, devuelve a escena a uno de los personajes más legendarios de la serie. Tras enterarse de que debe más de mil millones de yenes en facturas médicas, Kindaka decide volver al trabajo… y su primer objetivo será nada menos que el propio Sakamoto, cuya recompensa asciende también a mil millones.
El encuentro entre ambos es espectacular. Kindaka irrumpe en plena sesión de entrenamiento de Sakamoto, Shin y Heisuke, y lo que empieza como un malentendido se convierte en una pelea digna de los mejores momentos del manga. Suzuki demuestra una vez más su maestría en la puesta en escena: los movimientos son veloces, los golpes brutales, pero el tono sigue siendo cómico, especialmente cuando Sakamoto intenta convencer a Kindaka de convertirse en su maestro para entrenar a sus compañeros.
Lejos de rechazarlo, Kindaka accede, aunque no sin condiciones. Reconoce el potencial de Shin y Heisuke, pero advierte que Sakamoto ya ha alcanzado un nivel en el que solo enfrentarse a la propia Orden podrá hacerlo evolucionar. Este concepto —la idea de que la superación pasa por desafiar lo imposible— conecta directamente con la filosofía central de la obra: la lucha constante por mantener la humanidad en un entorno que solo premia la violencia.
Torres y la locura cotidiana
Entre tanto dramatismo, Suzuki no olvida el humor que define a Sakamoto Days. El enfrentamiento entre Sakamoto y Torres, un asesino ludópata de la Orden, es una joya de comedia absurda y acción desatada. Torres, armado con cañones de arena, ataca a Sakamoto mientras discuten sobre apuestas, dinero y lo estúpido que es matar por diversión. La pelea, coreografiada con inventiva digna de Jackie Chan, demuestra que el autor sabe equilibrar la violencia con el humor físico sin perder ritmo ni tensión.
El combate termina con Sakamoto derrotado, reflexionando sobre las palabras de su enemigo: ¿depende demasiado de la suerte? Esa duda, aparentemente trivial, se convierte en una semilla de autocrítica que marcará su evolución en los próximos volúmenes.
El entrenamiento final: hacia las entrañas de la AJA
El tomo culmina con Shin y Heisuke decidiendo infiltrarse en la prisión subterránea de la AJA —ubicada bajo el castillo de Okutabi— para encontrar al misterioso adivino cuya clarividencia puede ser la clave de su progreso. En un giro brillante, ambos se entregan voluntariamente a las autoridades para ser encarcelados, sellando así una nueva etapa que promete acción, comedia y tensión a partes iguales.
Mientras tanto, Kindaka y Nagumo urden planes paralelos, conscientes de que la guerra contra la AJA ha comenzado. Lo que en otro manga sería un simple arco de transición, en Sakamoto Days se convierte en una montaña rusa emocional y narrativa, llena de humor, tragedia y grandes revelaciones.
Conclusión: la reconstrucción del asesino
Sakamoto Days vol. 20 equilibra como pocos la emoción y el espectáculo. Yuto Suzuki nos entrega un volumen que combina introspección, tragedia, humor y redención sin perder su identidad de manga de acción puro. Sakamoto sigue siendo el alma de la historia: un hombre que, aun rodeado de muerte y caos, se aferra a la idea de que la bondad es posible. Con el regreso de Kindaka, la expansión del pasado de Uzuki y el inicio de un nuevo arco que se adentra en el corazón de la AJA, la serie reafirma su madurez y su capacidad para reinventarse sin perder el ritmo ni la chispa.


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