Reseña de Moribundo, de Fran Mariscal (Norma Editorial): duelo, toxicidad y vampiros a flor de piel

MORIBUNDO: VAMPIROS, DUELO Y AUTOENGAÑO EN UNA DE LAS ÓPERAS PRIMAS MÁS PERSONALES DEL AÑO

Hay cómics que buscan entretener, cómics que quieren asustar y cómics que se limitan a revisitar géneros ya conocidos. Moribundo, el debut de Fran Mariscal publicado por Norma Editorial, no entra en ninguna de esas categorías. Aquí la excusa vampírica es solo la superficie: lo que el autor trae realmente es una historia sobre el desgaste emocional, la dependencia afectiva y las formas en las que intentamos sobrevivir cuando una relación nos arrastra más de lo que nos sostiene. Y lo hace desde un punto de vista tan íntimo que, por momentos, cuesta decidir si estamos leyendo una ficción sobrenatural o una confesión disfrazada de terror.

Ilustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow Hill

La premisa es sencilla: Egon, escritor de terror frustrado y atrapado en una vida que no avanza, conoce a Liz Tombstone, heredera de un clan vampírico que domina en las sombras la localidad de Hollow Hill. Lo que empieza como un flechazo extraño y magnético se convierte en una relación tóxica que consume a Egon por completo, tanto emocional como literalmente. Y aunque hay vampiros, clanes y maldiciones, lo que de verdad hace que Moribundo funcione es cómo utiliza esos elementos como metáfora de algo mucho más terrenal: la incapacidad de soltar aquello que nos hace daño, incluso cuando sabemos que nos está devorando.

Desde las primeras páginas se nota que Mariscal no está interesado en construir un mundo vampírico tradicional. No vamos a encontrar castillos góticos, conspiraciones centenarias ni un manual de reglas sobrenaturales. Lo que encontramos es un vampirismo íntimo, casi costumbrista, que se siente más como una enfermedad emocional que como una condición fantástica. Liz no es un monstruo clásico, sino una figura dañada que arrastra sus heridas allá donde va. Y Egon, en su vulnerabilidad, cae en una dinámica de dependencia que se va estrechando página a página.

Ilustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow Hill

Lo interesante es cómo el autor articula esa caída. Moribundo está dividido siguiendo las cinco fases del duelo —negación, ira, negociación, depresión y aceptación—, y esa estructura no se nota como un artificio teórico. Se integra en el ritmo del cómic de forma orgánica, casi inevitable. Egon pasa de justificar lo injustificable a estallar de rabia, de intentar recuperar lo perdido a hundirse en un bucle emocional del que parece no haber salida. Es un camino lento, doloroso y muy reconocible para cualquiera que haya atravesado relaciones dañinas.

A nivel narrativo, Mariscal trabaja con símbolos que van reapareciendo y transformándose, creando un diálogo visual entre el estado mental del protagonista y la atmósfera sobrenatural que lo rodea. Porque sí, aquí hay vampiros, pero lo que realmente asusta es el vacío que queda cuando alguien consume tu energía vital sin darse cuenta… o sin querer evitarlo. En ese sentido, Hollow Hill funciona casi como un personaje más: una ciudad fronteriza, llena de rincones oscuros, a medio camino entre lo real y lo onírico, donde cualquier límite entre lo emocional y lo sobrenatural se diluye.

Ilustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow Hill

Visualmente es donde el cómic termina de destacar. El dibujo de Mariscal tiene una personalidad muy marcada, con un trazo que mezcla expresionismo, textura pictórica y decisiones cromáticas que refuerzan cada emoción. No busca la belleza tradicional, sino transmitir un estado mental. Hay páginas caóticas que literalmente parecen gritar, contrastadas con viñetas íntimas donde el silencio pesa más que cualquier diálogo. La paleta de colores oscila entre negros densos, ocres gastados y rojos apagados, creando una atmósfera cargada y casi febril. En algunos momentos recuerda a Bill Sienkiewicz, en otros a Dave McKean, pero siempre desde un enfoque muy propio, sin caer en la imitación.

Uno de los elementos más potentes del cómic es cómo representa el desgaste emocional. Liz no es simplemente una vampira: es una persona rota que arrastra a los demás a su propio abismo. Su toxicidad no es romántica ni estética; es incómoda, realista. Y Egon, con todo lo que intenta sostener, termina siendo un reflejo perfecto de cómo una relación puede convertirse en un espacio de manipulación afectiva sin que nadie se dé cuenta hasta que es demasiado tarde. De hecho, Moribundo funciona como advertencia y como acompañamiento: quien haya pasado por algo similar reconocerá demasiadas cosas.

La obra también es honesta respecto a su origen. Saber que Mariscal creó parte del material durante un episodio depresivo, como una forma de terapia, explica por qué todo suena tan personal. No hay distancia emocional ni adornos innecesarios. Cada página transmite una mezcla de vulnerabilidad y rabia contenida, como si el autor se estuviera dejando la piel en cada ilustración. Es un debut que no busca complacer; busca ser fiel a lo que siente. Y eso, en un panorama donde muchos cómics parecen diseñados para encajar en moldes, se agradece muchísimo.

Ilustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow HillIlustración de Moribundo de Fran Mariscal con Egon y Liz en Hollow Hill

Quien busque una historia de vampiros clásica puede sentirse descolocado. Moribundo no juega a ser épico ni espectacular. Su fuerza está en lo íntimo, en lo emocional, en las capas que se van abriendo hasta que no queda más remedio que mirar de frente lo que duele. Y, aun así, el cómic no es derrotista. Sus últimas páginas, sin caer en optimismos forzados, dejan un espacio para la reconstrucción. No una solución mágica, sino un recordatorio de que incluso después de tocar fondo hay caminos para salir a la superficie.

Como ópera prima, Moribundo es impresionante. Como obra independiente, es una de las propuestas más personales y arriesgadas que ha publicado Norma Editorial en los últimos años. Y como lectura, deja un poso emocional que cuesta sacudirse. Un cómic que habla de vampiros para hablar de lo que de verdad nos drena: el dolor, el duelo, las relaciones que nos consumen y la difícil tarea de aceptarnos cuando todo parece derrumbarse.