Con Hay algo en el sótano, publicado por el sello Astronave de Norma Editorial, el autor e ilustrador Ben Hatke nos sumerge en una fábula visual que combina aventura, misterio y ternura con el inconfundible estilo que ya le conocemos por obras como Zita, la niña del espacio o La casa de Julia para criaturas perdidas. Este cómic, de 240 páginas en cartoné, propone una historia aparentemente sencilla —un niño que baja al sótano a buscar un calcetín perdido—, pero que pronto se convierte en un viaje iniciático hacia la imaginación, la valentía y la empatía.
El detonante de la historia —un calcetín extraviado— podría parecer trivial, pero Hatke lo utiliza como metáfora de lo cotidiano convertido en extraordinario. Como ya hiciera en sus trabajos anteriores, el autor demuestra su maestría para capturar esa mirada infantil que convierte cualquier rincón oscuro en una promesa de aventura. Lo que Milo encuentra en el sótano no es solo un universo lleno de seres fantásticos, sino también un espejo de sus propios miedos y deseos. A medida que desciende por los distintos niveles de este mundo oculto, se adentra también en su interior, descubriendo que el valor no siempre consiste en vencer a los monstruos, sino en entenderlos.
El cómic equilibra magistralmente el tono entre lo espeluznante y lo entrañable. Hatke sabe cómo sugerir el miedo sin necesidad de mostrarlo abiertamente: los silencios, los encuadres amplios y los pasillos interminables transmiten esa sensación de inquietud que todo niño ha sentido alguna vez frente a un sótano oscuro. Pero el autor nunca cruza la línea hacia el terror; en su lugar, ofrece una historia llena de curiosidad, humor y compasión. Milo no combate a las criaturas que encuentra: las escucha, las observa y aprende de ellas. De hecho, muchas de las “cosas del sótano” resultan ser tan solitarias y confundidas como él.
El color juega un papel esencial. Hatke utiliza una paleta que va desde los tonos cálidos y terrosos de la superficie hasta los azules profundos y verdes fosforescentes del inframundo. Esa progresión cromática acompaña el viaje emocional del protagonista: del miedo inicial a la aceptación y la serenidad final. En muchos momentos, el autor reduce el texto al mínimo, confiando en la narración visual pura para transmitir la tensión o el asombro. El resultado es casi cinematográfico, con un ritmo pausado pero constante, que recuerda a las películas de El laberinto del fauno o El viaje de Chihiro, donde el peligro y la belleza conviven sin anularse.
Milo no está solo en su viaje. A lo largo del camino, conoce a Chuckles, un extraño ser risueño, a la melancólica Weepie y a Belle, una criatura luminosa con un corazón enorme. Juntos forman un pequeño grupo de aventureros que evocan a los compañeros de Dorothy en El mago de Oz o a los Goonies de los ochenta. A través de ellos, Hatke refuerza el mensaje central del libro: la amistad y la empatía son la mejor luz contra la oscuridad.
Aunque su público objetivo es claramente infantil o juvenil, Hay algo en el sótano posee una profundidad emocional que resonará también en los adultos. Bajo la superficie fantástica late una reflexión sobre el miedo, la soledad y el crecimiento. El sótano representa lo desconocido, pero también el espacio interior donde guardamos nuestras inseguridades. Cuando Milo acepta descender y mirar de frente aquello que teme, aprende que las sombras no siempre son enemigas, y que incluso en la oscuridad puede encontrarse algo hermoso.
Ben Hatke demuestra una vez más su talento para construir mundos donde la ternura y la aventura se entrelazan sin artificio. Su dibujo, su sentido del ritmo y su capacidad para emocionar sin necesidad de grandes discursos hacen de Hay algo en el sótano una de las lecturas más recomendables del año para jóvenes lectores y amantes del cómic de fantasía ilustrada. Es una obra que invita a mirar debajo de la cama, dentro del armario o detrás de la puerta… y recordar que el verdadero viaje no es hacia abajo, sino hacia adentro.
