Tras un primer volumen prometedor que presentó un mundo marcado por la devastación y el misterio de los kaijus, El Gran Gaea-Tima Vol. 2 llega de la mano de editorial Panini para continuar la historia de Miyako y su enigmático vínculo con el titán Gaea-Tima. Esta secuela, obra del mangaka KENT, promete respuestas y acción a gran escala, pero termina ofreciendo una experiencia desigual: fascinante en concepto, titubeante en ejecución. Con 160 páginas en blanco y negro, formato tankōbon de 13x18 cm y un acabado impecable, la edición vuelve a destacar por su presentación física más que por la profundidad narrativa que el lector podría esperar.
El volumen arranca con fuerza. Después de diez años de silencio, Gaea-Tima reaparece justo cuando un nuevo monstruo gigante ataca la ciudad de Tsukuba. La coincidencia no parece casual, y los científicos y militares comienzan a sospechar que existe una conexión directa entre Miyako y la criatura colosal. Desde las primeras páginas, la tensión se palpa: la humanidad vuelve a enfrentarse a sus propios límites, y una facción misteriosa pretende utilizar la batalla como un experimento para desentrañar esa unión simbiótica entre la joven y el kaiju. Sin embargo, la promesa de una historia compleja, llena de dilemas morales y descubrimientos científicos, se diluye a medida que avanza la trama.
El núcleo del tomo está dedicado casi por completo al enfrentamiento entre Gaea-Tima y el nuevo monstruo. Lo que podría haber sido una secuencia épica, cargada de energía y dramatismo, se convierte en un combate irregular. KENT parece perder el control del ritmo visual: las escenas de acción, aunque ambiciosas, se sienten rígidas, con una composición fragmentada que interrumpe la fluidez. Hay ideas potentes —la destrucción a gran escala, el simbolismo de los titanes como reflejo del alma humana—, pero el dibujo carece de la contundencia necesaria para transmitir la magnitud de lo que está ocurriendo. Las páginas se suceden con un dinamismo más sugerido que real, lo que resta impacto al que debería ser el punto culminante del tomo.
A nivel narrativo, el guion se muestra indeciso. El manga parece debatirse entre ser una historia de ciencia ficción apocalíptica o un relato más ligero, casi de corte juvenil. La figura de Miyako encarna bien esa ambigüedad: es una protagonista sensible y curiosa, pero su conexión con Gaea-Tima —un vínculo biológico que incluso provoca una especie de mutación interior— no se explora con la profundidad que merece. El lector intuye que ese lazo podría volverse peligroso o transformador, pero la obra elige rodearlo de misterio sin resolver nada. En lugar de avanzar, el tomo se estanca en una sucesión de escenas que repiten información ya conocida, restando tensión a lo que podría ser una evolución dramática interesante.
La sensación general es la de un manga que tiene buenas ideas pero no logra administrarlas con eficacia. Las organizaciones secretas, los científicos obsesionados con el poder de los kaijus y los intentos por controlar a Gaea-Tima quedan esbozados de forma superficial. Faltan matices políticos y emocionales; todo se reduce a un espectáculo visual que, por desgracia, no siempre alcanza la fuerza que el género demanda. Incluso los momentos más emotivos entre Miyako y su entorno se perciben apresurados, sin el desarrollo que permita empatizar con ella.No obstante, El Gran Gaea-Tima Vol. 2 no es una lectura desdeñable. Pese a sus carencias, conserva cierto encanto en su ingenuidad. Hay una ternura involuntaria en la forma en que el manga trata a sus monstruos: Gaea-Tima, lejos de ser una bestia imparable, aparece casi domesticado, con rasgos que rozan lo adorable. Esa decisión estética —presentar a un kaiju con un aire más amable que amenazante— le resta impacto, pero al mismo tiempo lo convierte en una figura simbólica, un protector más que un destructor. En cierto modo, la historia se desliza del territorio del terror y la destrucción masiva hacia un tono más próximo a Pokémon o Digimon, donde las criaturas titánicas representan vínculos emocionales más que amenazas existenciales.
Sin embargo, esta elección narrativa tiene un precio: la pérdida del dramatismo inicial. Lo que comenzó como un relato de supervivencia y misterio evoluciona hacia una aventura algo infantilizada, donde la coherencia interna se resiente. Los nuevos personajes adultos —investigadores y soldados que deberían aportar solidez al relato— carecen de peso real. El lector debe suspender su incredulidad ante situaciones poco verosímiles, como el hecho de que un puñado de científicos aislados sean los únicos responsables de controlar a una criatura capaz de arrasar ciudades enteras.
En lo artístico, el trazo de KENT continúa mostrando un estilo limpio, pero todavía inmaduro. Los fondos urbanos y los detalles técnicos cumplen, pero las figuras humanas y los monstruos carecen de movimiento orgánico. Es un dibujo correcto, funcional, pero sin la garra ni la espectacularidad que el género kaiju suele exigir. Aun así, hay viñetas de gran belleza en los momentos de calma, donde el autor demuestra sensibilidad para transmitir soledad, duda o asombro.
En resumen, El Gran Gaea-Tima Vol. 2 es un tomo irregular que oscila entre el encanto y la frustración. Conserva la curiosidad que despertó su primer volumen, pero no logra evolucionar ni consolidar su universo. Con un poco más de ambición y mejor ritmo, esta historia podría encontrar el equilibrio entre emoción, reflexión y espectáculo. Por ahora, se queda a medio camino, como un kaiju dormido que todavía no ha mostrado todo su poder.
