La obra póstuma de Nami Sano, Migi & Dali, llega a su conclusión en el séptimo volumen publicado por Ivrea, cerrando con fuerza una historia que comenzó como una comedia negra de gemelos infiltrados y termina como un oscuro thriller psicológico sobre identidad, familia y deseo de pertenencia. Lo que parecía un juego absurdo de engaños acaba transformándose en una tragedia cargada de simbolismo y emoción.
El origen del horror: la confesión de Reiko
El tomo abre con la confesión de Reiko Ichijo, cuyo relato revela los cimientos podridos sobre los que se construyó la familia. Infertilidad, celos, manipulación y abusos se entrelazan en su historia con Metry, la madre biológica de los protagonistas. Reiko no solo arrebató a Metry su vida, sino también a sus hijos, ocultando a los gemelos en un cuarto secreto mientras se quedaba con Eiji como hijo propio. Esta revelación da sentido a la espiral de dolor que recorre la serie y convierte la perfección aparente de los Ichijo en una cruel farsa.
El dibujo de Nami Sano brilla especialmente en estas páginas: las expresiones de Reiko oscilan entre la ternura impostada y el delirio absoluto, retratando a la perfección su carácter enfermizo.
El incendio de la casa Ichijo: catarsis y destrucción
La narración alcanza su clímax con el incendio de la mansión Ichijo, metáfora visual de la caída de un mundo sustentado en mentiras. Encerrados en el cuarto oculto, Migi, Dali, Maruta y Akira se enfrentan no solo al fuego, sino a la certeza de que el “hogar perfecto” nunca existió. La irrupción de Akiyama, en su ya icónico disfraz de pájaro, añade un toque de ironía amarga a una escena dominada por la desesperación.
Mientras tanto, Eiji protagoniza el momento más desgarrador del tomo: tras apuñalar a Reiko, intenta morir con ella, convencido de que solo así podrá darle paz. La ambivalencia de este acto —mitad venganza, mitad amor filial retorcido— sintetiza la esencia de la obra: no hay vínculos puros, todos están contaminados por el dolor.
Tres hermanos frente a la verdad
La revelación de que Eiji es en realidad su hermano triplete provoca un terremoto emocional en Migi y Dali. Durante buena parte del tomo, Dali se niega a aceptarlo, incapaz de reconocer a otro “doble” que rompa la simbiosis exclusiva con Migi. Sin embargo, el incendio funciona también como purificación: cuando Dali se lanza de nuevo a salvar a Eiji, lo hace no por justicia, sino porque entiende que el verdadero castigo para él es vivir.
La escena en la que los tres hermanos sueñan con compartir una tarta de cereza simboliza ese anhelo de normalidad que siempre se les negó. Es un momento íntimo, casi naïf, que contrasta con la brutalidad circundante y demuestra el talento de Sano para combinar ternura y tragedia.
Un epílogo entre luces y sombras
Tras el incendio, la historia no concluye con un “y vivieron felices”. Eiji asume la culpa de los crímenes y es enviado a un centro de detención juvenil, mientras los Ichijo se disuelven como familia. El contraste entre las luces navideñas del pueblo y la melancolía de los protagonistas refleja a la perfección la ambigüedad del final.
En la casa Sonoyama, los gemelos enfrentan su último dilema: ¿seguir fingiendo ser Hitori, el hijo perfecto, o aceptar su dualidad ante los padres adoptivos? La decisión de revelar su secreto y el reconocimiento de los Sonoyama —que ya intuían la verdad— marca un cierre luminoso dentro de la oscuridad general. La familia no es perfecta, pero al menos puede ser honesta.
El salto temporal muestra a Migi y Dali convertidos en jóvenes adultos, con personalidades diferenciadas pero aún unidos. El reencuentro con Eiji tras su salida simboliza la posibilidad de redención: comer juntos el pastel prometido se convierte en un acto de reconciliación y aceptación de un pasado imposible de borrar.
El legado de Nami Sano
Leer este volumen final sabiendo que es la última obra de Nami Sano añade un peso especial. Su estilo, marcado por el contraste entre lo absurdo y lo desgarrador, alcanza aquí su máxima expresión. Pocas autoras han sabido retratar con tanta ironía y crudeza los horrores ocultos tras la fachada de la familia y la sociedad.
El trazo limpio, la expresividad de los rostros y la capacidad para pasar del gag visual al horror en apenas una página consolidan a Migi & Dali como una obra única. No es un manga de masas, pero sí una pieza que quedará en la memoria por su valentía narrativa y su cierre emocional.
Conclusión: un final imperfecto y hermoso
Migi & Dali vol. 7 es un cierre redondo para una serie inclasificable. Oscuro, irónico, conmovedor y cruel, este último tomo nos recuerda que la perfección no existe, que la familia puede ser tanto refugio como prisión, y que crecer significa aceptar las cicatrices propias y ajenas.
Ivrea ofrece una edición cuidada que permite a los lectores españoles disfrutar de este final con la calidad que merece. Para quienes han seguido la serie desde el inicio, este desenlace no será un bálsamo, sino una herida que permanece abierta… y ahí reside su grandeza.

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