Rezos Macabros: el terror cotidiano y los yokai se dan la mano en una joya del manga clásico

Rezos Macabros, publicado por Ivrea, es una de esas rarezas que llegan en silencio pero dejan una huella profunda en el lector. Esta antología firmada por el veterano Yosuke Takahashi reúne treinta relatos breves que transitan entre el horror sobrenatural, el absurdo cotidiano y una ironía que sorprende por su efectividad. Lejos de ser un simple recopilatorio de cuentos macabros, la obra se convierte en una radiografía de los miedos más arraigados de la sociedad japonesa, al tiempo que homenajea al manga de terror clásico de los años 70 y 80.

La edición española parte de la recopilación original Nice to meet you, Snake Woman, pero añade once historias más —hasta llegar a un total de treinta— procedentes de la revista Yuu, donde Takahashi publicó durante más de una década. El resultado es una suerte de compendio definitivo, un volumen de gran formato en el que cada página está impregnada del estilo inconfundible del autor: viñetas densas, sombras marcadas y rostros capaces de pasar del candor a la locura en apenas un parpadeo.

Aunque el título Rezos Macabros pueda sugerir un enfoque oscuro y tenebroso, Takahashi juega constantemente con las expectativas. Cada historia es distinta en tono, estructura y resolución. Encontramos desde cuentos tradicionales de yokai —con monjes enfrentándose a espíritus o seres deformes salidos del folclore— hasta narraciones de instituto que mutan en parábolas absurdas o incluso relatos que rozan lo cómico y surrealista. El hilo común no es tanto el miedo como la rareza, el desconcierto y lo inesperado. Porque si algo define esta colección es su capacidad para romper con las convenciones del género sin dejar de rendirle tributo.

Takahashi no busca aterrorizar a través del susto fácil, sino incomodar mediante lo insólito. La mayoría de sus historias plantean un misterio que no siempre tiene resolución, o que se cierra de forma abrupta, dejando una sensación de vacío o inquietud. En ese sentido, se acerca más a la tradición del kaidan que al terror moderno: lo importante no es tanto lo que ocurre, sino la atmósfera que genera. En relatos como La niña del armario, Regreso o El dragón tatuado, el autor explora temas como la pérdida, la identidad y lo extraño oculto tras lo cotidiano, todo con una sensibilidad particular que mezcla ternura y crueldad.

Visualmente, la obra es un festín para los amantes del manga clásico. El trazo detallado de Takahashi combina el expresionismo con una narrativa sobria y eficaz. Sus personajes —ya sean ancianas chismosas, estudiantes desubicados o monjes exorcistas— se mueven en escenarios cargados de simbolismo, donde lo grotesco y lo lírico conviven con naturalidad. Algunos relatos juegan incluso con la estructura de la página, presentando imágenes divididas como en un kamishibai, lo que añade una dimensión casi teatral a la lectura.

Uno de los aspectos más fascinantes del tomo es su variedad tonal. No todo es horror o suspense. Hay espacio para la sátira, el humor negro e incluso la ternura. En varios relatos protagonizados por el joven Kuki, por ejemplo, Takahashi se permite reflexionar sobre la infancia, la adolescencia y la forma en que el mundo adulto se relaciona con lo desconocido. En otras historias, como La mujer que reza o Estoy buscando a mi esposa, se intuye un hilo narrativo que conecta varios cuentos, aportando una cohesión inesperada a una antología que, en principio, se presenta como fragmentaria.

Para los lectores más exigentes, Rezos Macabros es también una ventana a la evolución del propio autor. A lo largo de estas historias se aprecia cómo cambia su estilo gráfico, cómo experimenta con narrativas diferentes y cómo, sin perder nunca su identidad, va afinando su mirada sobre lo insólito. La mezcla de géneros —terror, slice of life, comedia, costumbrismo— no es accidental, sino resultado de una voluntad por romper los límites del manga de horror.

Ivrea acierta de pleno al recuperar esta obra y presentarla en una edición ampliada y cuidada, pensada tanto para los fans del género como para aquellos que buscan una lectura distinta. Rezos Macabros no es un manga para leer del tirón: es una colección para saborear poco a poco, detenerse en cada historia, disfrutar de sus matices y dejarse llevar por esa sensación de extrañeza que solo los grandes autores saben provocar.