Cuando el crimen organizado se convierte en paisaje cotidiano, la infancia deja de ser un refugio para convertirse en campo minado. Escobar: una educación criminal, publicado por Norma Editorial, es mucho más que una novela gráfica: es una memoria ficcionada, un retrato íntimo y perturbador de la niñez de Juan Pablo Escobar, hijo del narcotraficante más célebre del siglo XX, Pablo Escobar. Narrada por el propio Marroquín (seudónimo con el que firma hoy su vida pública) junto al guionista Pablo Martín Farina e ilustrada por el español Alberto Madrigal, esta obra construye un relato a medio camino entre el testimonio desgarrador y la fábula negra.
Desde la primera página queda claro que esta no es una historia de redención ni una reconstrucción documental. El enfoque es emocional, sensorial, construido desde la mirada de un niño que creció entre armas, lealtades peligrosas y un lujo tan artificial como efímero. Pero también es un relato profundamente humano, que no busca justificar, sino entender. Y lo hace a través de un tono crudo, irónico y lírico al mismo tiempo.
Una infancia al borde del abismo
En lugar de centrarse en la figura de Pablo Escobar, la obra nos lleva al corazón de la finca familiar, donde una galería de personajes grotescos y fascinantes —los sicarios de confianza del Patrón— actúan como niñeras, protectores y, en ocasiones, verdugos. Gatillo, Ricardo Amargo, La Negra, Jairo El Poeta o Luis Mandarina no son solo nombres pintorescos: son los responsables de criar al joven Juan Pablo en un entorno donde la violencia es rutina, el miedo se disfraza de camaradería, y los juegos infantiles pueden terminar con una bala perdida.
Ese es el punto de partida de la narración: un disparo accidental que hiere a uno de los miembros del grupo desata una investigación interna que funciona como excusa narrativa para explorar la psicología de cada uno de los personajes, así como la forma en que influyen en la vida del protagonista. La tensión se enrosca en torno a la pregunta de quién apretó el gatillo, pero en realidad el foco está en cómo se moldea un niño en semejante atmósfera. La respuesta no es sencilla. Ni maniquea.
Narrativa y dibujo al servicio del testimonio
La labor de Alberto Madrigal en el apartado visual es clave para transmitir la contradicción constante del relato. Con un trazo expresivo, a medio camino entre lo caricaturesco y lo melancólico, Madrigal dota de humanidad a personajes que podrían haber sido monstruos unidimensionales. Sus páginas tienen una cadencia cinematográfica, con un uso eficaz del color para subrayar atmósferas: los interiores cálidos de la hacienda contrastan con la frialdad de los episodios más brutales, donde la infancia choca de frente con la realidad del narco.
El equilibrio entre el humor negro, la ternura y la tragedia es notable. En ningún momento se glorifica la violencia ni se mitifica al criminal. Todo lo contrario: el enfoque está puesto en las consecuencias, en las cicatrices que deja una vida marcada por el miedo, la inmadurez de los adultos, y una peligrosa normalización de lo extremo. Marroquín lo resume con contundencia: “No elegí nacer donde nací”.
Una voz que rompe silencios
Lo más valioso de Escobar: una educación criminal es precisamente su perspectiva. En lugar de reproducir el mito de Pablo Escobar, Juan Pablo nos ofrece su versión subjetiva y emocional de aquellos años. No es un ajuste de cuentas ni un acto de autoindulgencia: es una búsqueda de comprensión. Una necesidad de ordenar el caos que habitó en su niñez.
Este volumen único en cartoné de 136 páginas a todo color (formato 19,8 x 26 cm, PVP 28,00 €), demuestra que el cómic es también un medio para abordar con profundidad temas complejos, como la herencia del trauma, la identidad y la posibilidad de redención personal. Norma Editorial acierta al incorporar esta obra a su catálogo, en un momento donde los relatos autobiográficos e históricos están encontrando nuevos públicos gracias al lenguaje gráfico.
Conclusión
Escobar: una educación criminal es una obra que incomoda, emociona y remueve. Su valor no radica solo en el morbo de su temática, sino en la sinceridad con la que aborda la memoria desde la fragilidad. Juan Pablo Escobar no escribe desde la culpa ni desde la nostalgia, sino desde una mirada lúcida que reconoce que crecer en medio del poder y la violencia tiene un precio. Y lo paga con esta historia poderosa, ilustrada con sensibilidad y escrita con el alma. Un cómic imprescindible para quienes buscan relatos humanos que trasciendan la anécdota criminal.