Antananarivo: una poética odisea vital desde el asiento del copiloto
En un mundo editorial donde las grandes hazañas y los protagonistas heroicos suelen dominar el panorama, Antananarivo, la nueva novela gráfica de Mark Eacersall y Sylvain Vallée, apuesta por la introspección, la ternura y la humanidad más sencilla. Publicada por Norma Editorial en un tomo de 120 páginas a color, esta obra nos recuerda que nunca es tarde para vivir una verdadera aventura, aunque esa aventura consista simplemente en salir de casa, mirar a los demás… y mirarse al espejo.
Un notario, un viaje, y un coche que nunca había salido del garaje
El protagonista de Antananarivo es un notario jubilado, un hombre metódico, discreto, ordenado hasta el extremo, que ha pasado su vida siguiendo reglas, firmando papeles y manteniéndose al margen de cualquier turbulencia. Pero su retiro tranquilo se ve interrumpido por una petición inesperada: encontrar al posible heredero de un antiguo cliente. Lo que podría haber sido una simple llamada o una carta se convierte en el primer gran viaje de su vida, al volante de un descapotable que jamás había conducido, acompañado por un pasajero aún más inesperado que el encargo en sí.
Y así arranca un road trip tan íntimo como geográfico, que lleva al lector a recorrer no solo kilómetros, sino recuerdos, emociones, prejuicios y silencios. En cada parada, en cada conversación aparentemente banal, se va desvelando no solo el misterio del heredero, sino algo mucho más profundo: el alma de un hombre que, al borde del ocaso, comienza por fin a vivir.
Una historia sobre la lentitud, la escucha y la transformación
Antananarivo no corre. Camina. Se detiene. Observa. Es una historia que se toma su tiempo, como su protagonista, para abrirse y florecer. Pero ese ritmo pausado es justamente su fuerza. Porque nos invita a escuchar los matices de los silencios, a entender cómo los encuentros fortuitos pueden desencadenar revelaciones internas, y a descubrir que incluso los más reservados esconden emociones no resueltas.
A través de situaciones cotidianas –una comida compartida, una conversación bajo la lluvia, una visita al hospital– Eacersall y Vallée construyen una narración sensible y repleta de pequeños detalles que convierten lo ordinario en universal. La historia nunca cae en la sensiblería. Su carga emocional es auténtica y precisa, como una melodía suave que se cuela sin estridencias.
Sylvain Vallée: un trazo que emociona sin alardes
Visualmente, Antananarivo es una delicia. Sylvain Vallée, veterano del cómic europeo y ganador del premio de Angoulême por Érase una vez en Francia, vuelve a demostrar su dominio del estilo ligne claire con un dibujo claro, limpio y profundamente expresivo. Sus personajes transmiten sin necesidad de grandes gestos: una mirada, un encogimiento de hombros, una sonrisa contenida dicen más que mil palabras.
Los paisajes, las casas, las cafeterías de carretera y los interiores están retratados con una sensibilidad que recuerda a los grandes autores del cómic intimista. Todo está al servicio de la historia, con una paleta de colores cálida, natural, que refuerza el tono melancólico pero esperanzador del relato.
El valor de una vida no vivida
Antananarivo es también una reflexión sobre el paso del tiempo, las oportunidades perdidas y las vidas que nos narramos a nosotros mismos. El notario protagonista representa a todos aquellos que, por miedo, por costumbre o por inercia, han vivido de forma contenida. Su viaje, que comienza como una obligación profesional, se convierte en una búsqueda de redención, de sentido, y de afecto.
No es casual que el cómic lleve el nombre de una ciudad lejana, exótica, inalcanzable para alguien que nunca salió de su barrio. Antananarivo es, en cierto modo, una metáfora de todo lo que pudo haber sido, y de todo lo que aún puede ser si uno se atreve a cruzar la puerta.
Conclusión
Antananarivo es un cómic silencioso, elegante y profundamente humano. Un canto a la segunda oportunidad, al valor de los vínculos, y a la belleza de los encuentros tardíos. Mark Eacersall y Sylvain Vallée firman una obra emotiva, poética y necesaria, que se disfruta como una buena conversación: despacio, con una sonrisa, y con un leve nudo en la garganta. No es una historia de acción, pero sí de transformación. Y eso, a veces, es mucho más difícil de contar… y mucho más importante de leer.