Mandragora: Whispers of the Witch Tree – Un viaje oscuro entre espinas, almas y secretos
Hay juegos que te invitan a su mundo. Otros, como Mandragora: Whispers of the Witch Tree, te empujan a él con un portazo atrás. Desde el primer segundo en Faelduum, sabes que no vas a salir ileso. Y eso es exactamente lo que lo hace especial.
Desarrollado por Primal Game Studio y publicado por Knights Peak, este RPG de acción en 2.5D aterriza con una mezcla explosiva de mecánicas Soulslike, exploración Metroidvania y una ambientación gótica que parece salida de un manuscrito profano ilustrado a mano. Nosotros lo hemos jugado a fondo en PlayStation 5 y aquí te contamos por qué, pese a sus tropiezos, Mandragora es una propuesta que merece ser vivida con los cinco sentidos... y un sexto bien afinado para sobrevivir.
Un mundo bello y cruel
Faelduum está en ruinas. La Entropía ha devorado el alma del reino, transformando aldeas, castillos y bosques en ecos de un pasado glorioso cubiertos de hiedra negra y ceniza. El Inquisidor, nuestro protagonista, se enfrenta a este mundo sin promesas con poco más que una espada oxidada y un rastro de decisiones difíciles por delante. No hay compasión, ni tutoriales que te lleven de la mano: solo muerte, ecos de poder perdido y una bruja cuya influencia lo corrompe todo.
A nivel artístico, Mandragora es sencillamente deslumbrante. Cada escenario parece pintado con el trazo obsesivo de alguien que convive con sus demonios. Las luces cálidas que se filtran entre ramas podridas, las ruinas de fortalezas que respiran historia y los enemigos deformados por la Entropía, todo transmite una belleza grotesca que atrapa y perturba.
Combate con peso, castigo y satisfacción
La esencia Soulslike se manifiesta con claridad en cada enfrentamiento. Golpear, esquivar, gestionar la estamina. Cada acción tiene un peso que se siente en los dedos. No hay lugar para el spam de botones ni para la improvisación sin consecuencias: un paso en falso, y estás muerto. El sistema está equilibrado al milímetro, y aunque al principio puede resultar algo lento, pronto se convierte en una danza letal donde cada esquiva precisa y contraataque se sienten como pequeñas victorias.
Las clases iniciales aportan una buena variedad al combate. Probamos la Nightshade, rápida y letal, perfecta para jugadores que disfrutan del sigilo, y también el Flameweaver, centrado en conjuros de fuego que transforman el campo de batalla en un infierno controlado. Cada clase tiene su propio árbol de habilidades, lo que permite especializaciones muy diferentes según el estilo de juego. Esta diversidad, sin embargo, también es un arma de doble filo: hay builds claramente más efectivas que otras, lo que puede romper un poco el balance, especialmente en el tramo final del juego.
Exploración que castiga la impaciencia
El diseño del mapa combina secciones lineales con zonas interconectadas donde el backtracking es clave. Mandragora no regala caminos: hay que ganárselos. El avance por Faelduum exige memoria, observación y la mejora constante de tus habilidades de movilidad. Doble salto, gancho, teletransporte... cada nueva herramienta no solo abre puertas físicas, sino también narrativas.
Eso sí, aunque hay atajos y zonas secretas, el componente Metroidvania está menos explotado de lo que esperábamos. Se echa en falta una mayor recompensa al regresar a zonas anteriores con nuevas habilidades. A menudo, el esfuerzo de volver atrás no está a la altura de la recompensa. Aun así, la exploración tiene ese punto adictivo que te empuja a seguir investigando tras cada zona conquistada.
Historia en sombras, decisiones con peso
La narrativa de Mandragora no se impone, se insinúa. Está fragmentada en retazos de diálogo, documentos antiguos y decisiones que cambian el rumbo de la partida. El guion, firmado por Brian Mitsoda (Vampire: The Masquerade - Bloodlines), está cargado de simbolismo y tragedia, aunque por momentos resulta difícil de seguir. Hay escenas que te sacuden por dentro, pero también otras que se sienten vacías o sin resonancia emocional.
Las elecciones afectan a tus relaciones con las facciones del mundo y, en última instancia, al final del juego. Algunas decisiones son inmediatas; otras se revelan en cascada, generando consecuencias horas después. Es un enfoque valiente y coherente con la ambientación decadente del juego.
Facciones, crafting y progresión: luces y sombras
El sistema de crafteo y mejora de equipo es uno de los puntos más grises del juego. Aunque el sistema de diagramas y niveles de herrero promete profundidad, en la práctica se siente engorroso y mal equilibrado. Muchas veces necesitas subir de nivel al herrero para desbloquear piezas que, para entonces, ya han quedado obsoletas. Hay que aplaudir la intención, pero el ritmo de progresión necesita ajustes.
Lo mismo ocurre con la interacción entre NPCs: algunos personajes secundarios son fascinantes y merecerían más presencia, mientras que otros apenas aportan peso narrativo. Se agradece la posibilidad de aliarte con distintas facciones, lo que modifica el acceso a ciertos equipamientos y misiones, pero no siempre queda claro el impacto real de esas decisiones.
Jefes memorables, diseño de enemigos inspirado
Aquí es donde Mandragora brilla con fuerza. Hay más de 100 enemigos diferentes y una buena cantidad de jefes, todos con patrones bien definidos, ataques devastadores y diseños que rozan lo grotesco y lo sublime. Algunos combates se sienten como puzzles visuales, donde debes aprender la danza del rival antes de atreverte a intervenir.
La variedad de armas también ayuda: espadas, hachas, guanteletes, armas arrojadizas y conjuros elementales permiten distintos enfoques de combate. No hay un estilo dominante: todo depende de tu build, tu paciencia y tu capacidad de adaptarte.
Rendimiento, control y ambientación sonora
En PS5, el juego corre de forma estable. Hubo algunos tirones menores en zonas de mucha carga visual, pero nada que rompiera la experiencia. Los tiempos de carga son rápidos, las animaciones están cuidadas y el control responde con precisión. Aun así, hay cierta rigidez en las colisiones que puede resultar frustrante en plataformas o combates ajustados.
La música, compuesta por Christos Antoniou (Septicflesh), es uno de los grandes aciertos. Oscura, ritual, ambiental. Cada zona tiene su identidad sonora, y los enfrentamientos más duros están acompañados por piezas que elevan la tensión sin saturar. No es una banda sonora para tararear, pero sí para quedarse grabada en la piel.
Veredicto final: un alma rota con belleza propia
Mandragora: Whispers of the Witch Tree no es un juego redondo, pero es un juego honesto. Te desafía, te castiga y, cuando logras avanzar, te recompensa con la satisfacción de haber sobrevivido a otro fragmento de su pesadilla. Su mezcla de estética gótica, combate exigente y narrativa oculta es potente, aunque algunos de sus sistemas secundarios necesiten una vuelta de tuerca.
Para los amantes del género, es una joya imperfecta. Para los jugadores pacientes, es una experiencia profunda. Y para quienes buscan un viaje oscuro con alma y personalidad, Mandragora merece un sitio en su biblioteca.
No es fácil. No es amable. Pero tampoco debería serlo.