Mama – El canto de la muerte en un internado lleno de silencios
Mama, de Kiko Urino, irrumpe en el catálogo de Arechi Manga como una propuesta de misterio única y profundamente inquietante. Con una narrativa que combina lo simbólico con lo psicológico y una atmósfera que va de lo melancólico a lo perturbador. Publicados en una edición rústica con sobrecubierta, de unas 38o páginas en blanco y negro cada uno, y un formato cómodo de 128×182 mm, Mama es una obra que deja huella desde sus primeras páginas.
Lejos del sensacionalismo habitual del thriller, Mama se desliza con paso sigiloso hacia los rincones más oscuros del alma humana, disfrazado de historia de iniciación: un internado elitista donde los niños más talentosos son "recompensados" con la muerte… o al menos, eso dice la leyenda que corre por sus pasillos.
Mama Vol. 1 y 2: el sacrificio como armonía en un internado cruel
En un internado perdido en la montaña, donde la excelencia vocal se convierte en una jaula, los niños aprenden que no todos los talentos brillan con la misma luz. Mama, de Kiko Urino, continúa su crónica oscura con un segundo volumen que no solo amplía el misterio del primero, sino que lo retuerce aún más hacia la tragedia emocional. Con una narrativa que se canta en susurros y un arte que lo dice todo sin apenas trazos, esta historia se posiciona como una de las obras más inquietantes y elegantes del manga reciente.
Un internado donde el talento se paga con la vida
La historia arranca en el primer volumen con la llegada de Gabriel y Lázaro, dos chicos de procedencias muy distintas que ingresan al internado como parte del coro. Gabriel, tímido y contenido, ha sido empujado por la necesidad económica de su familia; Lázaro, en cambio, brilla con seguridad y entra por elección propia. El hallazgo del cadáver calcinado de Abel, el alumno más veterano, sacude el equilibrio del colegio. ¿Se ha suicidado? ¿Ha sido víctima de un ritual divino? ¿O es todo parte de una estructura tan rígida que solo sabe destruir a quienes no encajan?
La historia se cocina a fuego lento entre rumores, miradas esquivas y silencios más pesados que cualquier grito. El misterio, más que resolverse, se despliega como una atmósfera opresiva. La convivencia entre los niños no se basa en la fraternidad, sino en un delicado sistema de poder, miedo y ambición que recuerda a los grandes dramas psicológicos. Y eso se mantiene —e incluso se intensifica— en el segundo volumen.
La infancia como un campo de batalla emocional
Con la publicación del segundo tomo, Mama expande sus temas y pone el foco en nuevos personajes. Sion, uno de los niños destinados a convertirse en ángel, asume un protagonismo inesperado. Convencido de que su fe le protegerá de todo deseo, se enfrenta al vértigo del primer amor al conocer a Deborah, una alumna de ballet llegada para un campamento deportivo. El contraste entre su certeza religiosa y las emociones que empieza a sentir añade nuevas capas de complejidad a una obra que nunca ha sido simple.
Mientras tanto, el internado se prepara para el festival del solsticio de verano, una celebración que encierra más preguntas que respuestas. El cambio de habitaciones, el ingreso de un nuevo alumno y la marcha definitiva de un antiguo miembro del grupo A abren nuevas heridas en un sistema que parece incapaz de cuidar a quienes dependen de él. Aquí no hay adultos salvadores ni estructuras amables. Hay jerarquías invisibles, vínculos frágiles y un miedo constante a ser el próximo en caer.
Relaciones en tensión: Gabriel, Lázaro y el reflejo de los demás
La relación entre Gabriel y Lázaro sigue siendo el corazón emocional de la historia. Lo que comenzó como una tímida amistad se convierte en un juego de espejos lleno de celos, dependencia emocional, admiración y traición soterrada. Ambos evolucionan a través de los dos volúmenes, enfrentando sus propias sombras y proyectándolas sobre el otro. El conflicto entre ser visto y ser querido se convierte en una de las tensiones centrales de la obra.
Pero no son los únicos que respiran en este microcosmos enfermizo. Cada niño del coro tiene una función dentro del engranaje del internado: desde los rivales silenciosos hasta los cómplices del silencio. Los vínculos que se establecen entre ellos son frágiles, casi tácticos. Son niños que actúan como adultos rotos, jugando un juego que no entienden del todo, pero en el que ya saben que quien desafina, desaparece.
Kiko Urino: arte como atmósfera emocional
El dibujo de Kiko Urino sigue destacando por su estilo minimalista y etéreo, una herramienta perfecta para el tipo de historia que cuenta. Las líneas apenas marcadas, los fondos ausentes y el uso inteligente del espacio negativo no son un descuido: son una elección estética que potencia la tensión emocional. La expresividad no necesita de gestos extremos, sino de bocas apretadas, ojos vidriosos y cuerpos que se repliegan sobre sí mismos.
En el segundo volumen, Urino continúa explorando los recursos visuales con los que ya nos sedujo en el primero: viñetas que parecen suspender el tiempo, juegos de luz y sombra que recrean la frialdad del internado, y una delicadeza casi dolorosa a la hora de retratar el contacto físico, la distancia emocional y los silencios que lo invaden todo. No hay aquí estética gratuita: cada página es una herramienta narrativa, cada ausencia es un grito que no se pronuncia.
El canto como símbolo de sacrificio
Una de las grandes virtudes de Mama es el uso del canto como metáfora de la tensión entre el ideal y el sacrificio. En este internado, cantar no es una expresión de libertad ni de belleza, sino una forma de someterse. El talento es exigido como tributo, no celebrado. La voz se convierte en una prisión, en una forma de control. Sion, el nuevo protagonista emocional del segundo tomo, lo encarna a la perfección: su canto se ve comprometido por el conflicto entre su vocación espiritual y el deseo que empieza a descubrir.
Esta dualidad atraviesa toda la obra. La música se convierte en símbolo del conflicto humano entre aspirar a la pureza y asumir la imperfección, entre seguir las reglas y romperlas por amor, entre obedecer la armonía o desafinar a propósito. En un internado donde los niños se preparan para ser ángeles, la pregunta es si no están siendo entrenados, más bien, para desaparecer.
Conclusión: un relato cruel y hermoso sobre crecer entre las sombras
Con estos dos volúmenes, Mama se confirma como una obra poderosa, devastadora y profundamente simbólica. No es una lectura fácil: hay que detenerse, releer, respirar entre viñetas. Pero es justo ahí donde brilla su fuerza. Gabriel, Lázaro, Sion y el resto de los niños del internado no son solo víctimas de un sistema cruel, sino reflejos de cómo la sociedad exige talento sin compasión, pureza sin empatía y excelencia sin margen para el error.
La edición de Arechi Manga respeta la sensibilidad estética de Kiko Urino con una presentación cuidada que potencia la experiencia lectora. Con solo un volumen restante, Mama apunta a convertirse en una pequeña joya dentro del catálogo de manga psicológico y lírico. Una historia que resuena en la cabeza como un canto a medio terminar, cuya última nota aún desconocemos… pero que ya intuimos, dolorosa y necesaria.