Estamos ante una colección de quince relatos cortos publicados, en su mayoría, a comienzos de la década de 1980. Sexualidad, escatología y violencia aderezadas con guiños a autores como Visconti, Bataille, Apollinaire, Chûya Nakahara, Rimbaud, Mishima, Edogawa Rampo u Ozu. Quince historias ambientadas en el Japón de las eras Taisho y Showa que representan al Maruo más lascivo y truculento.
Maruo no tiene piedad. El director de un hospital es abordado por una pandilla de enfermeras en el jardín a medianoche, un joven inútil rompe el cráneo de su ex suegro... y todo esto acompañado de mucha sexualidad incómoda.
Una cosa que aparece una y otra vez en esta colección de historias ambientadas a principios de los ochenta, en la era Taisho o principios de la Showa, son los ojos. Pero ojos de forma muy explícita, como cuando en una de las historias la protagonista se mete un globo ocular en la vagina y le indica a uno de sus compañeros que se lo saque chupando. Lo cual hace, mientras su otro compañero se pone a trabajar en su cabeza, succionando su propio globo ocular para sacarlo de su cuenca. O sea, en serio, hay que estar mal de la cabeza.
Y no olvidemos todos los vendajes y deformidades. Creo que la mitad de los personajes de este volumen tienen un parche en el ojo, pero también hay piernas perdidas, cicatrices, heridas abiertas, manos fantasma, pacientes en coma y más bizarradas sin control alguno.
Maruo es tan hábil para representar todas estas escenas de tortura y desenfreno que uno termina absorbido en su pesadilla personal. Su arte recuerda mucho a las ilustraciones de principios del siglo XX, con sonrisas astutas, labios perfectamente formados y ligeramente fruncidos. Y toda la belleza con la que infunde su dibujo ofrece un contraste mucho mayor con el tema sobre el que elige escribir.
También juega con viñetas y estructuras narrativas de formas muy interesantes. Y ojos, muchos ojos que te inquietan y que añaden a sus obra aun más mal rollo y tiricia para quién lo está leyendo.